Ya no hay prisa. No hay calma, no hay frío ni calor.
¿Cómo no pude darme cuenta que esto ya no ardía, que las cenizas ya se las
había llevado el viento?
Y grite, grité, pero mis cuerdas se habían quebrado, porque las mariposas que
se cansaron de aletear dentro de mí, escaparon por mi garganta en forma de
palabras para arrepentirse...
Y ahora miro al cielo, intento coleccionar nubes, porque las estrellas que
guardaba en mi bolsillo, se desvanecieron intentando alumbrar el camino a casa,
cuando me sentía más perdida que nunca.
Luego cuando miro hacia el camino, solo intento dejarme llevar por los
aleteos de las mariposas que se fueron, que quizás se transformaron en orejas
de elefantes, para ser parte de los mamíferos que cuentas al dormir.
Y ahora mis manos intentan aferrarse al polvo en el suelo, el polvo de los
sueños que aquellos huesos quiebran al intentar correr tan fuerte.
Y voy cayendo, y siento que no fui una historia triste, que no fui una
historia feliz, solo fui una nube pasajera, que se evapora, se evapora y vuelve
a llover.
Ya no hay prisa. No hay calma, no hay frío ni calor.
Me ha gustado mucho como has escrito esta entrada, a veces, sencillamente estamos vacíos.
ResponderEliminarBesos.