25 de noviembre de 2014

Nada basta ante el reflejo.

Quiso reconstruirse de las ruinas. Tal vez aún mantenía vivo el recuerdo de esos ojos que quiso durante diez mil años. Y se despierta queriendo no hacerlo, como si quisiera volver a esa muerte momentánea, fingiendo que no saber que nos levantamos para morir. 
El espejo medio sucio, medio vacío no refleja las arrugas que deja el cansancio de pensar durante siglos en aquella cama ajena. No refleja el rímel corrido después de llorar a gritos el nacimiento de otro recuerdo para morir. No se reflejan sus ganas, los miedos y el desgano.
El piano vive, tal vez vuela, y su pecho, su pecho corre, casi huyendo, sin saber que todas las canciones huyen de ella. 
Sin quererlo todo es blanco, todo es gris, como si todos los colores se juntaran para renacer en un triste reflejo. Palabras bajo palabras. Todo se esconde, nada se libera, porque dentro, muy dentro no hay dominio de nada. Solo deja que los guardias de Freud hagan su trabajo. Bastante pago tienen ya alimentándose de la despersonalización y otras angustias.
El infierno es tan blanco, como veinte años de humo y nieve y sangre y revolución.

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