4 de noviembre de 2018

En mi defensa,

Lo reconozco. Tal vez sí fue mi error. 
En mi defensa diré que era de noche y que las palabras que corren por las venas de mi cerebro, de alguna manera quisieron salir a divagar, como queriendo escapar de monstruos, de antorchas, de la mismísima vida.
En mi defensa diré que tú me buscaste primero. En mi defensa diré que andábamos sin buscarnos, al igual que Cortázar y sus cronopios, al igual que la casualidad que junta dos sillas en medio de una selva, un pantalla para crear un circo un poco absurdo, un poco cruel, un poco terrorífico, con una leve esencia de King y demasiada sustancia de Austen.
En mi defensa diré que era tan solo un chiquilla, que mis manos estaban ansiosas por ser el vehículo de una joven mente, cansada de vetustos pensamientos.
En mi defensa diré que le temo a la madrugada, que le temo al piano de Beethoven y que soy más frio que cualquier otro ártico.
En mi defensa diré que fuiste tú el culpable de ser tan elocuente. Tú eres el responsable de ser diferente. De ser tan huraño, tan inocente, de ser un mono en traje y yo una mesa en el rincón de una biblioteca. 
En mi defensa diré que es tu culpa entender (o intentar descifrar) mi filosofobia abstracta, mis divagaciones para intentar parecer intelectual, cuando realmente soy la mujer más cobarde a la hora de hablar de Platón, de lo estoico, de lo racional, de Hume o de Alexander Supertramp.
En mi defensa diré que no me interesa ser defendida, ni defender, ni mucho menos convencer de algo que no existe. 
Tal vez ni tú ni yo somos reales. Tal vez esta cordillera es una farsa, tal vez somos títeres para un programa infantil de televisión, donde los niños son tan sabios, que la gente solo quiere morir para alcanzar tan burda sabiduría. 
En mi humilde opinión, te prefiero en el mundo de las ideas. En mi humilde opinión prefiero seguir dormida. En mi humilde opinión Platón era demasiado inseguro, un sujeto con trastorno de personalidad limítrofe, porque seamos honestos, esta tierra es todo menos un locus amoenus.
En mi defensa confesaré que me dormí, que no quiero despertar para darme cuenta que no existo, mucho menos pienso. 

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