d u e l o

Once años después, vuelvo a llorar tu muerte.

Pretendo guardar los raccontos en el cajón más escondido de mi cerebro 

Diez, once, doce, tal vez trece años, ya perdí la cuenta. Después de todo, lo importante es que alguna vez fuiste y alguna vez pudiste ser. 

Me pregunto de vez en cuando, cuando el tormento es inminente, demasiado fuerte para apaciguarlo, el por qué. Por qué tu, por qué no yo. Por qué.

Aun sigo clamando al cielo cuando estoy enojada, aún sigo gritándole a los astros cuando la pena se sale de control. 

Sigo recordando mis oraciones en la ducha, el camino al hospital, la sala de espera. Aún recuerdo la piel amarilla de la gente, las palabras sin sentido. Aun recuerdo. 

Aun recuerdo sus labios partidos, el cabello despeinado, las manos heladas, las gotas de suero, cayendo, una a una, como simulando el tic tac de las manillas de un reloj, como si al igual que el tiempo, sería capaz de sanar.

Después de todo, seguí jugando con muñecas. Seguí cortándome los brazos y vistiéndome de negro, como cuando tenía nueve años y habíamos pasado por lo mismo, por primera vez. 

Aún recuerdo a mi profesora, preguntándole a mi madre por qué había cambiado tanto. 

Aún recuerdo como nada me importaba y como todo ardía por dentro. 

Aun no entiendo muy bien. Creo que nunca lo entenderé.

Pero a veces, cuando toco fondo, cuando todo está demasiado ruidoso, pienso en ti. Pienso en ti y deseo cambiar mi vida por la tuya. Cambiar tu corazón por el mío. Darte mi sangre, mis historias, los lugares en los que estuve, la gente que conocí, las ciudades en las que viví. 

Cuando siento que no me queda más, que no tengo fuerzas, que la angustia me oprime el espíritu, deseo más que nunca, cambiarte mis oportunidades, por tu muerte. 

Tú habrías hecho todo distinto, estoy segura. 

Tu habrías sido valiente. Tu habrías sabido querer. Tu habrías sido seguro y te habrías comido el mundo para tenerlo en tus manos y dejar tu marca, tu huella. Preferiste el cielo. Y no te culpo.

Al menos yo tengo el infierno.