20 de enero de 2021

c l e m e n c i a

En mi funeral no hubo rosas sobre un féretro tatuado con huellas de manos negándose a un adiós.

En mi funeral no hubo tiempo de rezarle a los dioses que tuviesen piedad de mi alma.

En mi funeral no hubo luces que guiaran mi camino a casa.

En mi funeral no hubo pésames ni condolencias, solo un par de pensamientos nubosos, demasiados volátiles como para ser pronunciados. 

En mi funeral, mi asesino observó a distancia la soledad de la que me había salvado.

En mi funeral la tierra inmutable estaba decida a permanecer yerma, con tal de fundir mi espíritu con un par de raíces podridas. 

El agua jamás pudo quitar mi sangre de las manos del homicida. Mi sangre se tatuó en lo más profundo de su espíritu y una parte de mis pensamientos se plasmaron en sus pensamientos. 

Pedí clemencia y él la concedió. ¿Criminal o Salvador? Todo depende de cuanto sufrimiento del alma se ponga en la balanza.

La gente dice que el cuerpo humano es solo el mayordomo del espíritu, el cual ha permanecido subyugado por mi alma demasiado atormentada como para encontrar un equilibrio entre la paz mental y la furia de mis pasiones.

Rogué tantas veces por ser liberada, por fundirme con el humo, por dejarme ir en las cenizas. 

Creo que comprendió.

En mi funeral no hubo cuerpo. La tierra se encargó de ocultar la evidencia y la bala se derretiría en mi pecho. Mi infierno estaba demasiado vivo como para ser apagado con mi último aliento. 

Ahora solo siento frío. Lo que sea en lo que me haya convertido, ahora transito sin rumbo, ansiosa por un destino, por un descanso, por un maldito final.

Frente a frente a mi asesino, ahora siento un ardor en el centro de mi cuerpo. Puedo ver lágrimas naufragar por sus mejillas y puedo sentir la confusión que sus ojos aterrados le gritan al vacío. 

Sé que hizo lo correcto. Espero que el lo sepa. 

Siento que el fuego en mi pecho poco a poco se expande por todo lo que sea en lo que me haya convertido. Intentó tomar sus brazos con fuerza, intento gritar para que me escuche, para que sepa que aún sigo aquí. Sostengo su rostro en mis manos y puedo sentir como sus lágrimas se funden con mi fuego y poco a poco me convierto en hielo. 

La desesperación es lo único que tenemos en común. Busco su mirada con prisa, intento gritar pero no puedo, la confusión nubla lo que ahora son mis sentidos, hasta que por fin su mirada coincide con la mía. 

Silencio.

Miedo.

Su corazón deja de latir por un segundo.

¿Calma?

Solo bastó una mirada. Vi mi borroso reflejo en sus ojos y pude ver más allá de lo límites de su cuerpo. Intento hacerle saber que le agradezco.

Que donde quiera que vaya, será mejor que todo ese sufrimiento. 

Quiero creer que lo entiende.

Mi funeral fue tan solemne que solo basto su mirada y la mía, coalición de unos segundos. 

Clemencia. Era todo lo que pedía.

Mi sangre seguirá tatuada en sus manos. 

Pero ahora, a donde quiera que vaya, por fin estoy liberada. 

Me hundo 

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